LOS AGUJEROS DE LA MASCARA

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Resultaba extraño, e incluso pensándolo bien, inquietante a la larga, aquella solitaria velada de un enmascarado recostado en un sillón, en el claroscuro de un piso bajo atestado de objetos, aislado por los tapices, con la llama alta de una lámpara de petróleo y el vacilar de dos largas velas blancas, esbeltas, como funerarias, reflejadas en los espejos colgados del muro ¡y De Jacquels no llegaba!

Los gritos de las máscaras que estallaban a lo lejos agravaban aún más la hostilidad del silencio; las dos velas ardían tan derechas que, inesperadamente y presa de impaciencia, turbado delante de aquellas tres luces, me levanté para apagar una.

         

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